sábado, 2 de abril de 2011

Bloqueo

El último gran verdicto de la psicóloga es que Serguei sufre un bloqueo emocional.

Mi hijo a día de hoy es capaz de relajarse y disfrutar cuando está rodeado de niños. Lo veo cuando se junta con los compañeros del cole. Les quiere y le aprecian. Es uno más, a la manera brutota en la que se relacionan los niños de P3.

Pero no es capaz de relajarse con normalidad con los mayores. Desconfía de ellos. Tiene miedo de lo que le puedan hacer. Y para controlar ese miedo y controlar al adulto hace lo que sabe que puede tener bajo control. Molestar. Él sabe que si molesta el adulto se enfada y lo castiga de una manera u otra. Consigue atención y una respuesta que él entiende y controla.

Serguei es un niño que ha pasado largas temporadas en el hospital. Cualquier niño pasa miedo en un hospital. Un niño que no es de nadie y no recibe consuelo ni amor de nadie debe vivir esa estancia como una auténtica tortura. Lo sacan de su entorno, está solo. Y cuando uno menos se lo espera llegan esos marcianos de bata blanca y lo torturan a traición. Sin explicación y sin motivo, aprovechando que se encuentra mal le hacen las mil perrerías. Lo pinchan, lo ponen en máquinas frías,... eso en el mejor de los casos. No vamos a imaginar cómo puede ser la vida para un huérfano en un hospital siberiano.

Y luego a uno le extraña que el crío desconfíe de los adultos. Bueno, ¡la verdad es que es un valiente por no echarse a gritar cada vez que ve a uno! Recuerdo el pánico tremendo a subir al coche cuando lo llevamos a hacer la foto del pasaporte, la primera vez que lo sacamos de la casa cuna. Estaba histérico, fuera de control. Pensaba que lo llevaban al hospital.

Serguei ha pasado la vida sin entender su entorno. Muerto de miedo. Para no volverse loco se vuelve terriblemente observador, está atento a todo, al más mínimo detalle. Es capaz de saber qué es lo que te molesta y tiene un comportamiento molestoso personalizada para cada adulto con el que se relaciona. Es chulesco, retador, orgulloso, negativo... No pierde una. Y lo hace por supervivencia, para preveer por dónde le va a caer. Durante mucho tiempo no soportaba que lo tocaran. O se apartaba de un respingo.

Ese miedo tan grande lo paraliza y lo bloquea. No le permite entender y aprender. Serguei es un niño listo. Pero no puede progresar, está bloqueado.

Una vez entendido el bloqueo la solución no es fácil, pero es visible. Hay que romper ese miedo.

Hay que seguir unas pautas razonables y unas normas coherentes. Tiene que relacionar causa-consecuencia. Si tu molestas tienes que ir a pensar (y eso es un rollo, no ganas.) Hay que aprender a ser capaz de anticipar: si te pones nervioso acabarás gritando y no estarás contento. Y te irás a pensar. (Que ya sabemos que es un rollo.) Pero... fíjate, si obedeces, si te calmas, si escuchas a mamá... estás contento. ¡Y ganas!

Sobretodo, debes romper el poder sobre tí. Si te molesta y ve que ya no te afecta, lo desarmas. Lo descolocas. Le hablas suave y tranquilo y le recuerdas que molestar no conduce a nada bueno. Y a él lo que le gusta, es estar contento. Así que ¡vamos a hacerlo bien!

Hay que darle una salida, una posibilidad de enmendarlo.

Si tu como adulto consigues eliminar la rabia y la frustración que el tocamiento de narices te genera, porque es un hecho que somos humanos, puedes girar la tortilla. Tienes delante un niño que de repente te escucha con ojos como platos porque le has roto esquemas y necesita entender el nuevo escenario.

De pronto va asimilando que molestar no es la solución para miedo. La solución es el buen comportamiento, porque con él es feliz. Y cuando uno es feliz, ¡¿quién se acuerda del miedo?!

Llevamos unas semanas buenas. Mamá está aprendiendo a estar muy relajada por fuera (luego por la noche no pega ojo) y a cortar de raíz ese dominio feo sobre ella. Y Serguei... está aprendiendo que es chulo eso de abrazar, tocar, besar y hacer cosas bonitas.

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